"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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04-04-2015 |
¿Se puede hablar con las feministas?
Toda mi dialéctica marxista feminista deja a los chicos por el suelo *
Andrés Nuñes Leites
En las últimas semanas he atestiguado en las redes sociales, duras discusiones entre feministas e izquierdistas en torno a cómo se interpreta el número preocupante de asesinatos de mujeres a manos de su pareja o ex pareja varón, y qué medidas tomar. En ambos problemas subyacen varias definiciones ideológicas que pasan por la concepción de las características generales del sistema de dominación y las formas de sanción a la desviación de las normas socialmente aceptadas. Y más allá de los conceptos que se discuten, aflora el problema del a posibilidad de diálogo entre distintos discursos.
Por un lado está la discusión en torno a la noción de "patriarcado" y consiguientemente de un sistema de dominación que las feministas de izquierda describen como patriarcado + capitalismo. Si definimos al patriarcado como un sistema de dominación donde el género masculino posee un valor social superior y por lo tanto a los individuos de dicho género les es reservado un lugar social privilegiado, podríamos decir que en términos jurídicos esa observación ya no se sostiene en nuestra región, pero que en términos de hecho sí es posible constatar el predominio masculino en la política, las iglesias, el empresariado, es decir, precisamente allí donde se concentra buena parte del poder social. Tal vez un patrón cultural en remisión, pero bastante presente. La cuestión es no solo conceptual sino política: si se sitúa la dominación masculina en el centro del funcionamiento social, se atiende como problema prioritario, mientras que si se sitúa como periferia o consecuencia de un sistema de dominación cuyo eje es otro, se ataca como problema subsidiario, que de un modo lógico y también práctico y real admite que su solución se posponga. Así parecen haber razonado los marxistas durante todo el siglo XX cuando afirmaban que la relación de dominación principal del sistema capitalista es la vinculada a la posesión/desposesión de los medios de producción, y que, cual fichas de dominó, todas las otras asimetrías de poder caerían por sí solas con la llegada del socialismo. La historia del "socialismo real" parece desmentir esa hipótesis. No estoy diciendo que la noción de "patriarcado" sea aceptable así como viene, sin una discusión teórica, pero sí que debe ser tenida en cuenta, al menos si se mira fríamente en términos de resultados concretos de acumulación de poder en la sociedad, de acuerdo a la forma en que las instituciones, si bien ya no amparadas en normas jurídicas, basadas en normas no jurídicas, normas sociales menos formalizadas, aplican un tamiz que coloca a la mayoría de las mujeres en un papel secundario.
Por otro lado está la discusión en torno a las medidas a tomar, particularmente en cuanto al problema de la violencia doméstica contra las mujeres. El punto de la discusión es, por un lado poder interpretar qué está pasando. Existe un crecimiento general de la violencia en nuestra sociedad, más allá de la cuestión de género. Claro, ello no exime a la sociedad y sobre todo a quienes tienen que tomar decisiones políticas, de su responsabilidad sobre el tema. O sea, algo hay que hacer, el problema es qué hacer. La definición de un delito especial de homicidio (feminicidio) para el caso de las mujeres asesinadas por un varón sobre la base de la suposición de una propiedad de al víctima por parte del victimario, es muy cuestionable, tanto en sus presupuestos ideológicos como en sus consecuencias prácticas. Ideológicamente porque establece una diferenciación del valor de la vida humana entre mujeres y varones, lo cual implica, por ejemplo que, en lugar de estar especialmente agravada la pena cuando se asesina a un cónyuge (como establece la ley actual) el agravamiento sólo se dará o será mayor si se trata de una víctima mujer, por lo cual digamos que asesinar a un varón tendría una consecuencia mucho menor. En sus consecuencias prácticas, en la medida que la mayoría de los asesinatos de mujeres en el ámbito doméstico vienen dados por una intensa carga emocional, con lo cual es probable que un aumento de penas no resuelva el problema. El aumento de penas tiene mayor impacto en los delitos "profesionales": así, en los años 1990s se logró una reducción significativa de los copamientos de viviendas a través del aumento de penas, en la medida que el copamiento es un delito planificado y medido por los victimarios. Y aún así, aquella no es la propuesta más problemática desde el discurso punitivista de la violencia doméstica, en términos de la preservación de la libertad humana y la igualdad ante la ley. La propuesta de "ley integral de violencia doméstica", si sigue la tendencia de la ley española, podría significar algo así como la "prisión del varón por sola voluntad de la mujer." Quienes hemos trabajado en el área social y tenido que asesorar a mujeres víctimas de la violencia doméstica, sabemos que un obstáculo práctico inmediato es el retorno al hogar luego de la denuncia; esto porque si no se presentan pruebas suficientes para un procesamiento con prisión del agresor, el mismo no está impedido de volver a su casa y si efectivamente es un varón violento, puede tomar represalias contra la mujer. La mala solución pasaría por un largo encarcelamiento preventivo del varón, sin pruebas objetivas de la violencia de la que se le acusa, hasta tanto aquellas puedan reunirse o la acusación descartarse, pero teniendo como consecuencia material el alejamiento definitivo (incluso pos-excarcelamiento) tanto de sus bienes materiales como de sus hijos, además de la pérdida del empleo en muchos casos. La habilitación del encarcelamiento por simple denuncia sin presentación de pruebas y sin posibilidades reales de contrademanda es una enorme puerta de entrada para el abuso a través de lo que se ha dado en llamar "falsa denuncia", que es más bien una denuncia verdadera pero sobre un hecho falso, con la finalidad de hacer que el denunciado sufra las consecuencias de la denuncia, para obtener una ventaja en un conflicto personal. Las situaciones de dictadura y de guerra siempre muestran esa faceta oscura de la humanidad (el oportunismo de la falsa denuncia), y excepto que se parta de una postura supremacista que suponga que las mujeres tienen -por su esencia femenina y/o por un devenir cultural específico- una superioridad moral y un apego a un ideal superior de justicia que les haría renunciar monolíticamente a la posibilidad de utilizar el mecanismo de las falsas denuncias contra sus parejas, es evidente que ello ocurriría, como viene siendo denunciado masivamente en España.
Luego, a la vez encima y debajo de las posturas que podemos asumir sobre tal o cual problema, tal o cual propuesta concreta de solución, está el problema del diálogo. Muchas feministas se irritan con las críticas que vienen desde la izquierda, en parte porque no son fácilmente integrables y neutralizables como la crítica machista de derecha. Dichas críticas parten de aceptar que las mujeres han sido históricamente relegadas, que existen problemas actuales que deben encontrar alguna solución, tales como el de la violencia doméstica contra las mujeres, la sobrecarga por los cuidados familiares, la discriminación en ámbitos de poder político y empresarial, el acoso callejero, pero a su vez dichas críticas aspiran a que no se lleven adelante modificaciones legales draconianas ni se coloque a los varones adultos y a los niños en una situación de vulnerabilidad a partir de normas y prácticas sexistas que supongan que las mujeres siempre tienen razón y están esencial o culturalmente identificadas inequívocamente con el Bien, y resignifiquen las garantías legales de los ciudadanos ante la acción policial y los procesos judiciales como obstáculos, en lugar de pilares de la construcción republicana. Para este tipo de crítica que se apoya en el discurso igualitarista y a la vez lo hace jugar en contra de sus propias tendencias autoritarias, algunos grupos feministas han creado el término "posmachista", mostrándolo como una última estrategia de conservación por la vía de los hechos, de los privilegios masculinos. La acusación parte de un razonamiento de guerra: lo que no está a favor de nuestro poder, está en contra. La lógica amigo/enemigo y en definitiva la construcción de unos discursos como máquinas de guerra son muy efectivos para ganar terreno político a través de sucesivas batallas, así como para ganar adeptos y conseguir silencios con el uso atemorizante de etiquetas, pero el resultado del triunfo de estas máquinas es siempre una sociedad simbólicamente militarizada y violenta. El debate entre medios y fines parece eterno, pero es inevitable, en la medida que los medios son el presente, es decir, nuestra vida.
Volviendo al comienzo, también he observado, más allá de los momentos de enojo, intentos sinceros de diálogo entre feministas e intelectuales de izquierda. Hablar es posible sólo bajo la condición de desescalar el conflicto, suponer que cualquiera sea "nuestro bando", no necesariamente está en lo cierto en todo lo que propone, que los fraternos adversarios del debate no son enemigos y que en la diferencia, es posible la construcción de un "nosotros".
Artículo tomado de:
http://www.semanario-alternativas.info/PORTADA/Art/hablar_con_las_feministas.html
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